Por Abdeslam Baraka
Facebook no es un juego. Es un medio de comunicación que trasciende fronteras pero no está dicho que suplante la legalidad nacional o internacional, relativa a las libertades públicas y derechos de asociación y de expresión. Optar por medios similares para difundir su mensaje, es y será útil y eficaz, siempre y cuando dicho mensaje se arrime a principios y reglas de derecho.
Antes que el Facebook y Twitter y otras fórmulas de comunicación más o menos conocidas, hubo en su momento la radio, que revolucionó los métodos de comunicación de masas y más adelante, fueron la televisión y las imágenes en directo quienes acapararon el interés del público. Por las circunstancias de la época, esos medios fueron utilizados como herramientas de propaganda sobre las poblaciones, por parte de los gobiernos y organizaciones con capacidad técnica y financiera.
La gran revolución mediática consiste en que el poder de comunicación puede ser individual a través del móvil, el SMS y sobre todo de la red, incluyendo el mensaje audio-visual, sin apenas coste alguno. Basta con un ordenador o un Smartphone y una conexión Internet para integrar un mundo globalizado receptor, difundir su mensaje y crear su propio grupo o movimiento.
Es prematuro juzgar esta situación, pero es obvio que se plantea de manera muy seria el futuro de las reglas democráticas clásicas, que han prevalecido hasta el momento. Lo más llamativo es el hecho de desconocer la autoridad a la que responden estas redes sociales, su “línea editorial” y sobre todo la manera de hacer prevalecer unos derechos individuales o colectivos en caso de manipulación o agravio. El derecho internacional vigente parece a todas luces, rebasado por las nuevas tecnologías; la legalidad nacional aún más.
En España, se recuerda el impacto del famoso SMS “pásalo”. Por otra parte la simpatía hacia la revolución de la rosas en Georgia, fue el hecho de las televisiones occidentales. De igual modo el movimiento naranja en Ucrania, se benefició de la misma cobertura mediática.
La libertad y el poder del pueblo fueron siempre los eslóganes de estas protestas y a veces revueltas, más o menos espontáneas. Años más tarde, las cosas no parecen haber cambiando substancialmente para esos pueblos que se rebelaron contra una situación dada. No pretendo con ello quitar legitimidad alguna a los sobresaltos populares; todo lo contrario, pero eso sí, apunto hacia los riesgos de desvío de sentimientos populares legítimos por un sistema que no duda en disfrazarse y adaptarse con tal de mantener el poder, cualquiera que sean las circunstancias.
Últimamente hemos asistido a la revolución del jazmín en Túnez. Actualmente la atención está acaparada por el movimiento de la “generación Facebook” de Egipto, que corre el riesgo de tener repercusiones internacionales impredecibles. Estos movimientos y otros, merecen respeto y consideración pero no dejan de tener cierta analogía con movimientos precedentes que terminaron por volver al mismo sistema prevaleciente e injusto que padece el mismo Occidente: Un sistema económico ultra-liberal salvaje que se acapara la fuerza de trabajo, la creatividad y el progreso en beneficio de una minoría mercantilista y oportunista, generalmente próxima al poder político.
Sigo creyendo en un liberalismo que de las mismas oportunidades a todos y en donde el Estado siga ejerciendo sus funciones sociales y reguladoras. Pero de ningún modo se puede aceptar que el liberalismo, compañero de ruta imprescindible de la democracia, se transforme en una estafa hacia el pueblo trabajador y productor importante de riqueza.
Es hora de que las nuevas tecnologías sirvan para concienciar a los pueblos. Es posible utilizar los mismos medios que los manipuladores para inmunizarnos contra las estafas políticas y estratégicas de los poderes predominantes. Si estamos frente a un complot de especuladores y sanguijuelas sin sentimientos ni consciencia, Facebook y Twitter pueden servir igualmente la causa de los desfavorecidos.
Hoy parece que Occidente defiende, con razón, la libertad de estos nuevos medios de comunicación. Esperemos a ver, en los próximos tiempos si se mantiene la misma determinación cuando la rebeldía frente a un sistema globalizado injusto y empobrecedor en masa, se manifieste en países occidentales. Desde la ribera sur del mediterráneo, no hay duda de que se apoya la libertad de comunicación y de expresión por todos los medios disponibles.
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