Henry Bessemer (1813-1898) fue un ingeniero e inventor inglés, famoso por
crear el primer proceso industrial económico para la producción masiva de
acero, el Proceso Bessemer, soplando aire a través de hierro fundido para eliminar impurezas,
revolucionando la industria y permitiendo la construcción de ferrocarriles y
ciudades modernas. Además, tuvo más de 100 patentes, incluyendo inventos en
artillería, producción de vidrio y extracción de azúcar.
Su Contribución Principal: El Proceso Bessemer
• La Solución (1855-1856):
Bessemer ideó un convertidor (un recipiente en forma de huevo) donde aire frío
se inyectaba en hierro fundido.
• La Reacción:
El oxígeno del aire reaccionaba con el carbono y otras impurezas, oxidándolas
y eliminándolas, convirtiendo el hierro en acero en unos 20 minutos.
• Impacto:
Redujo drásticamente costos y tiempo, permitiendo la producción de acero a
gran escala, fundamental para la Segunda Revolución Industrial, la expansión
ferroviaria y la arquitectura moderna.
Otros Inventos Notables
• Armamento: Mejoró las balas
de cañón para que fueran más pesadas y tuviesen ranuras espirales para mejor
trayectoria.
• Manufactura:
Desarrolló máquinas para producir vidrio en cinta continua y sistemas de
sellos postales.
• Ingeniería:
Incluyó un sistema para extraer azúcar de la caña y frenos para trenes.
Bessemer fue un innovador prolífico y exitoso, reconocido con un
reconocimiento real y una condecoración por sus aportes a la ciencia y la
industria.
ARTÍCULO
HENRY BESSEMER
Por Isaac Asimov
Henry Bessemer había inventado un tipo nuevo de proyectil que, al girar en
vuelo, daba a las piezas de artillería un alcance mayor y una precisión hasta
entonces desconocida.
Napoleón III, nuevo emperador de Francia, mostró interés en el invento y se
ofreció para financiar nuevos experimentos. Bessemer (que era inglés, aunque
hijo de francés) accedió, pero advirtió que el nuevo proyectil requeriría
cañones de un material mejor que el hierro fundido que por entonces se
conocía: un cañón de hierro fundido estallaría bajo la gran presión explosiva
que hacía falta para disparar el nuevo proyectil.
Bessemer no sabía nada de la manufactura del hierro, pero decidió aprenderlo.
Así fue como en 1854 terminó una era y comenzó otra nueva.
Henry Bessemer, que había nacido en Inglaterra el 19 de enero de 1813, contaba
ya en su haber con una serie de inventos; pero al lado de la empresa que
estaba a punto de atacar eran simples bagatelas. Durante más de dos mil años,
el hombre había utilizado el hierro como el metal común más duro y resistente
que conocía. Se obtenía calentando mineral de hierro con coque y caliza. El
producto resultante contenía gran cantidad de carbono (del coque) y recibía el
nombre de «hierro fundido» o «fundición». Era barato y duro, pero también
quebradizo; bastaba un golpe fuerte para partirlo.
El carbono era posible eliminarlo del hierro fundido a base de mezclarlo con
más mineral de hierro. El oxígeno del mineral se combinaba con el carbono del
hierro fundido y formaba monóxido de carbono gaseoso, que se desprendía en
burbujas y ardía. Atrás quedaba el hierro casi puro, procedente del mineral y
del hierro fundido: es lo que se llamaba «hierro forjado» o «hierro pudelado».
Esta forma del hierro era resistente y aguantaba golpes fuertes sin partirse.
Pero era bastante blando y además caro.
Sin embargo, había otra forma de hierro que estaba a mitad de camino entre el
arrabio y el hierro forjado: el acero. El acero podía hacerse más fuerte que
el arrabio y más duro que el hierro forjado, combinando así las virtudes de
ambos. Antes de Bessemer, había que convertir primero el arrabio en hierro
forjado y añadir después los ingredientes precisos para conseguir el acero. Si
el hierro forjado era ya caro, el acero lo era el doble. Metal bastante
escaso, se utilizaba principalmente para fabricar espadas.
La tarea que se propuso Bessemer fue la de eliminar el carbono del arrabio a
precios moderados. Pensó que el modo más barato y fácil de añadir oxígeno al
hierro fundido para quemar el carbono era utilizar un chorro de aire en lugar
de añadir mineral de hierro. Pero el aire ¿no enfriaría el hierro fundido y lo
solidificaría?
Bessemer empezó a experimentar y no tardó en demostrar que el chorro de aire
cumplía su propósito. El aire quemaba el carbono y la mayor parte de las demás
impurezas, y el calor de la combustión aumentaba la temperatura del hierro.
Controlando el chorro de aire, Bessemer consiguió fabricar acero a un coste
bastante inferior al de los anteriores métodos.
En 1856 anunció los detalles del método. Los industriales siderúrgicos estaban
entusiasmados e invirtieron fortunas en «hornos altos» para manufacturar acero
por el nuevo sistema. Imaginaos su horror cuando descubrieron que el producto
era de ínfima calidad; Bessemer, acusado de haberles tomado el pelo, volvió a
los experimentos.
Resultó que en este método no se podía utilizar mineral que contuviera
fósforo; el fósforo quedaba en el producto final y hacía que el hierro fuese
quebradizo. Y había dado la casualidad de que Bessemer utilizara mineral de
hierro libre de fósforo en sus experimentos.
Anunció este hallazgo, pero los industriales no prestaban ya oídos: estaban
hasta la coronilla de los hornos de Bessemer. Así que éste pidió dinero
prestado e instaló sus propias acerías en Sheffield, Inglaterra, en 1860.
Importó mineral sin fósforo de Suecia y comenzó a vender acero de alta calidad
a 100 dólares menos la tonelada que ninguno de sus competidores. Aquello acabó
con toda reticencia.
Hacia 1870 se hallaron métodos de resolver el problema del fósforo, lo cual
permitió aprovechar los vastísimos recursos norteamericanos de mineral de
hierro. Bessemer fue ennoblecido en 1879 y murió en Londres, rico y famoso, en
1898.
El acero barato permitió construir obras de ingeniería que hasta entonces no
se habían podido ni soñar. Las vigas de acero se podían utilizar ahora como
esqueletos para sostener cualquier cosa imaginable. Los ferrocarriles
comenzaron a recorrer continentes enteros sobre carriles de acero y grandes
navíos de acero empezaron a surcar los océanos. Los puentes colgantes salvaban
ríos, los rascacielos iniciaron su escalada a las alturas, los tractores eran
ahora más fuertes, y no tardaron en aparecer los automóviles con bastidores de
acero. Y en el mundo de la guerra empezaron a tronar cañones más potentes que
ponían a prueba nuevos blindajes, más resistentes.
Murió así la Edad del Hierro y comenzó la del Acero. Hoy día el aluminio, el
vidrio y el plástico han impuesto su ley allí donde la ligereza importa más
que la resistencia. Pero cuando lo que interesa es este factor, seguimos
viviendo en la Edad del Acero.
Biografía de Henry Bessemer, en
Wikipedia

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