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jueves, 30 de junio de 2011
Revelando los secretos de regresar a la atmósfera
Jonathan Amos
A última hora del próximo martes, una enorme bola de fuego atravesará los cielos del océano Pacífico.
No son muchos los que podrán verla, sucederá sobre una parte del mundo prácticamente deshabitada. Aviones y barcos han sido advertidos para que se mantenga lejos del área.
El acontecimiento es el regreso a la Tierra del carguero espacial europeo ATV-Johannes Kepler.
Tras completar su misión en la Estación Espacial Internacional, ya es hora de que regrese a casa.
El carguero llevó al espacio más de siete toneladas de combustible y otros suministros. Vuelve cargado con la basura de la plataforma.
Pero poca de esta carga se espera que realmente llegue a la superficie del Pacífico. La mayoría se evaporará en el intenso calor que se genera durante el descenso a través de la atmósfera.
"Enorme rompecabezas"
Con el regreso del Johannes Kepler, terminará la segunda misión de un carguero europeo en el espacio. En 2008, hizo exactamente lo mismo otro llamado Julio Verne.
En aquella ocasión, su brillante estela en el cielo fue observada por aviones de las agencias espaciales estadounidense y europea, que consiguieron algunos de los más detallados análisis jamás hechos sobre lo que pasa a una nave espacial en la reentrada.
Pero esos estudios continúan. Los científicos siguen debatiendo precisamente qué componentes fueron destruidos y en qué momento, pero todavía se tiene una imagen muy poco clara.
"La irrupción creó un enorme rompecabezas de piezas", dijo el investigador principal de la campaña de observación aérea, el astrónomo Peter Jenniskens.
"Analizamos los colores de los fragmentos para deducir su composición. Los dos aviones que participaron proporcionaron una profunda mirada para trazar el camino de los fragmentos", le dijo el científico a la BBC.
Bola de fuego multicolor
El Julio Verne pesaba 13 toneladas cuando, a 120 kilómetros de altura, entró en la atmósfera, donde llegó a una velocidad de unos 7.6 kilómetros al segundo.
A medida que avanzó, comenzó a deshacerse. Los paneles solares fueron la primera víctima más evidente, a unos 84 kilómetros de altura.
Según continuó la progresión, continuó calentándose y poniéndose más brillante. Se volvió una bola de fuego multicolor, con trazos de azul, amarillo y naranja.
Los espectómetros de los aviones observadores detectaron en los colores signos de diferentes materiales en estado incandescente.
"Algunos fragmentos muestran la pintura descascarándose, otros aluminio explotando. Incluso vimos las baterías de litio desprenderse creando cuatro puntos de luz rosa fluorescente", explicó Jenniskens.
A los 75 kilómetros se produjo una de las principales fragmentaciones, el aparato quedó dividido en dos grandes piezas poco antes de romperse en tres.
Lo interesante es que la mayor fragmentación no parece que fuera resultado de una explosión de combustible.
"Parece que lo fuera, pero de ser así tendría que haber mucho carburante e hidrógeno visible para los instrumentos".
Los restos del Julio Verne desaparecieron de vista a unos 31 kilómetros de altura. Los investigadores no saben cuánto del material llegó a lo superficie, pero creen que fue poco lo que tocó agua.
Mejorar el diseño
"Los resultados nos darían a los ingenieros mejores herramientas sobre la física de la reentrada de unas naves tan complicadas", comenta Jason Hatton, director de proyecto de la Agencia Espacial Europea.
"Eso, a su vez, proporcionaría mucha información para diseñar mejores naves espaciales, sobre todo en cuanto a sistemas de protección contra el calor o escudos térmicos", dijo Hatton desde Holanda.
En ocasiones, las naves espaciales o los viejos cohetes regresan a la Tierra de forma incontrolada. La preocupación sobre la seguridad parte de que hay muchas piezas que no se sabe dónde podrían caer.
Pero el regreso del Kepler no estará sujeta al mismo nivel de análisis.
Preparar algo así tomaría mucho tiempo. En cambio, el Kepler tiene una "caja negra" que tomará datos de temperatura, aceleración, ritmo de rotación, entre otras cosas.
En los últimos momentos, debería soltarse de la estructura principal y hacer una llamada vía satélite para enviar todos los datos.
El dispositivo no está diseñado para sobrevivir el impacto contra el océano, pero el que estaba en el carguero espacial japonés HTV-2 lo logró en marzo.
En el futuro, muchas más naves llevarán un dispositivo similar, especialmente a medida de que se vayan incorporando en su construcción nuevos materiales sobre cuyo comportamiento al caer a la Tierra todavía hay muy pocos datos.
BBC, Ciencia
Domingo, 19 de junio de 2011
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